

Porque, la superstición popular lo afirma: “En casa con nido de hornero no caen rayos “...y, como las supersticiones suelen ser a veces más respetadas que las leyes, el pájaro albañil tiene el privilegio de hacer su nido donde quiere: en los horcones del rancho, en el crucero del pozo, en los postes de los corrales o, por qué no? en las cornisas de las casas de construcción más sólidas.
Nadie se atreve a robar los huevos del hornero; y menos aún, a destruir su nido de barro, que vieron construir en todos los campos argentinos.
Los tobas de las costas del Bermejo y también los guaraníes de Corrientes, cuyo antagonismo tiene serios precedentes en la historia de las tribus del Chaco y de nuestra provincia vecina, están sin embargo muy de acuerdo con respecto al origen de este simpático pájaro que llaman cariñosamente “Alonsito”.
Muchas veces me pregunté: por qué en ésta y sólo en esta región de la Patria se lo llama así; y esta imaginación mía me trajo como sugerencia, a modo de explicación, el recuerdo de un hombre cuya figura registra la historia: el fundador de la primera ciudad chaqueña, que hiciera construir las viviendas con barro. Don Alonso de Vera y Aragón, a quien allá por mil quinientos ochenta y cinco, los habitantes de Concepción de la Buena Esperanza, del Bermejo y tribus vecinas, conocieron en su arrogancia... Si bien algunos lo apodaron con el feo nombre de “cara de perro”, otros en cambio lo habrían llamado “don Alonsito”.
Y suena tan lindo ese nombre “Alonsito”, justamente porque en el Nordeste argentino, corresponde a un pájaro que es ejemplo de afecto y fidelidad.
El joven guerrero tuvo que alistarse obligatoriamente y triunfaría en todas las pruebas. Su honor, su linaje, su arrogancia, su temple de luchador, le acordaban el premio: sería suya la hija del cacique.
Avanzó el tribunal con la solemnidad de los rituales primitivos; pero... A medida que se acercaba el Jefe de la tribu, el joven iba achicándose, achicándose presa de un extraño temblor. Por último dio un salto, y convertido en pájaro voló hasta la copa de un árbol.
Poco después, otra avecilla igual se le reunió y entonando una canción de amor, fueron a preparar su nido de barro.
La joven esbelta como los juncos y el bravo guerrero de la tribu, formaron la primera pareja de horneros por obra del amor, y... frente a la obra del amor, todos se rinden en respetuoso homenaje.
Lo respetan los campesinos, lo saludan los vientos... lo acarician y refrescan sin dañarlo las lluvias amigas, y le cantan los poetas.
Quienes hemos pasado la infancia en el campo y tuvimos ocasión de observar ese gran escenario que nos brinda la Naturaleza con sus artistas, siempre en condiciones de ofrecer gloriosos idilios como el hornero... o terribles dramas como el Caburé, conocemos la solicitud con que construye su hogar de barro, con “sala y alcoba” siempre atento a la seguridad de la familia.
No quiere el alonsito que su amada y sus hijos estén expuestos al peligro de algún diente o de alguna garra o de alguna mirada intrusa.
Por eso construye el nido, que es “creación de amor” con precauciones extremas y seguridades a toda prueba.
Tiene dos habitaciones: un vestíbulo con puerta hacia el Norte y a continuación la alcoba nupcial bien resguardada. La pareja de horneros es muy reservada y considera sagrado el recinto de sus intimidades y secretos.
En torno a tan singular pajarito la tradición oral, con ligeras variantes nos ofrece esta leyenda.
En cierta tribu había un joven guerrero muy apuesto y una jovencita esbelta..., más esbelta que los juncos de los esteros y cañadas.
El guerrero y la joven estaban enamorados; pero el cacique elegía entre los mejores para esposo de su hija y... el joven era uno de los mejores.
Entonces, dispuso que todos los guerreros apuestos participaran de unas pruebas de competición para ganar a la hija del cacique.
Por Inés García de Márquez sobre Leyendas chaqueñas.
FUENTE: AIRE DIGITAL