Marcelo Barovero y una cuenta pendiente: “En River todos tuvieron una chance en la Selección menos yo”

RAFAELA..
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👉El ex futbolista se retiró y se dedica a la formación de arqueros en una academia de Pilar.
👉Habla sin filtros sobre su carrera, el penal a Gigliotti y un cuadernito que le cambió la vida.
👉Además, revela por qué se bajó del equipo de Marcelo Gallardo en su mejor momento.

Cada tarde, cuando el reloj marcaba las 14 o las 19 horas, en Porteña (un pequeño pueblo cordobés de 7.000 habitantes), un chico dejaba todo y corría a prender la radio. Todos los días esperaba que llegara el anuncio que podía cambiarle la vida; las pruebas de jugadores en Atlético Rafaela. Pero Marcelo Barovero no dejaba de soñar. Y aunque su llegada al club finalmente se dio por otro camino, esa rutina fue el primer reflejo de la determinación que lo llevaría a defender uno de los arcos más grandes del fútbol argentino.

Trapito tenía 14 años cuando llegó el día, en 1998. Su papá, verdulero, lo subió a su camión y manejaron hasta Rafaela. En esa época no era fácil probarse, no había esquemas ni estructuras. "Salvo Newell’s, con Jorge Griffa", recuerda hoy veterano, a sus 41 años de edad. Era demasiado espigado aquel pibito santafesino pero con un fuego interior que se manifestó rápidamente bajo los tres palos. “¡El arquero! Que venga el padre del arquero”, gritó el ojeador que le cambió la vida. Así comenzó la historia del hombre que se hizo bandera y ganó todo con River.

"Yo era un arquero que se adaptaba, tenía la frialdad de responder a lo que el partido necesitaba", explica hoy con esa misma calma que mostraba cuando se calzaba los guantes. Criado entre cajones de frutas y siempre con una pelota cerca, fue el único de su familia que dejó el pueblo. Sus hermanos heredaron el minimercado mientras él recorría el país y el mundo dedicado al fútbol. Además de brillar en Núñez, Huracán y Vélez, atajó en España y México. Se retiró el año pasado tras un breve paso por Banfield.

Su inicio contó con el consejo de otro histórico del arco de River, Ángel David Comizzo. "Me dijo que me veía condiciones pero que tenía que meterme en el gimnasio, y eso me quedó para siempre", cuenta Barovero. Creció admirando la personalidad de José Luis Félix Chilavert y la sobriedad de Óscar Córdoba pero el arquero que más lo marcó fue el ex Real Madrid, Íker Casillas, a pesar de que tienen casi la misma edad. “Yo lo veía y no podía creer las cosas que hacía”, señala.

Dejó de atajar por los puntos pero sigue siendo ídolo y bandera en el Monumental. Sobran los motivos para contemplarlo en ese lugar. Su penal atajado a Emmanuel Gigliotti, en un clásico contra Boca por la Sudamericana 2014, marcó un antes y un después en su carrera. Pero fue también una vuelta de página en la historia de River, para dejar atrás el descenso y dar inicio a una de las eras más gloriosas de la institución.

A una década del mejor año de su carrera, cuando fue campeón de la Libertadores con el equipo de Marcelo Gallardo, Barovero recibe a Clarín en su nueva academia de arqueros, en la zona de Pilar. Recuerda aquellas noches de consagraciones y no se guarda nada: habla sin filtros sobre su salida de River, opina sobre el escándalo con el gas pimienta en la Bombonera y se sincera sobre la espina que todavía conserva, una chance con la Selección Argentina, donde apenas recibió dos llamados durante el ciclo de Alejandro Sabella para dos amistosos en los que fue suplente.

-Era un tiempo difícil de la Selección y muchos pedían que se convocara a la defensa de River, con Barovero en el arco, ¿qué recordás de esa etapa?

-Sí, fue un poco rara esa etapa, porque no llamaban a los chicos del plantel. Siempre decíamos que llegaban a Ezeiza, cruzaban el Atlántico y ya se los convocaba. Jugador que se iba, antes de que aterrice ya era convocado, así que era medio raro. Eso es lo que hablábamos internamente. Pero bueno, en mi caso, siempre consideré que era una decisión o un gusto del técnico y nada más.

-¿Sentís que mereciste alguna oportunidad más?

-Sí, porque en general la tuvieron todos. Gabi (Mercado) terminó siendo mundialista (en Rusia 2018). Maidana fue una vez, (Ramiro) Funes Mori también. Lo mismo con (Matías) Kranevitter. Todos tuvieron una chance menos yo... Chiquito Romero en sus seis u ocho años que estuvo era indiscutible pero yo creo que podría haber estado entre los tres arqueros, tenía mucha ilusión, te soy sincero y respondo desde la lógica. Nunca me gustó ser tribunero ni echar leña al fuego, así que lo entendí de esa manera.

Su llegada a River y la confesión de su noche consagratoria: "A Marcelo recién lo vi en la concentración"
Palabras que no se cumplieron y una negociación que se desarmó sin previo aviso. River venía de ascender y, en medio de ese panorama inesperado apareció la oportunidad. No fue una operación millonaria ni una llegada con bombos y platillos: el puntal de ese equipo que nacía fue un préstamo.

De chico, su corazón estaba con Atlético de Rafaela, como su abuelo y su papá, escuchando partidos por la radio y yendo a la cancha de vez en cuando. “Hoy soy hincha de River, a muerte”, dice hoy sin dudarlo.

-Llegaste con Ramón Díaz como técnico, ¿era muy diferente a Gallardo?

-Tienen más puntos en común que diferencias. Por ejemplo, cuando arrancaban un entrenamiento no volaba ni una mosca. Desde la exigencia son iguales. Saben jugar con la presión que genera estar en ese club y vestir la camiseta. Ellos nacieron en el club y convivieron con esa presión y la trasladan a los jugadores. En su momento, Ramón a nosotros nos alivió mucho porque absorbió toda la presión en un momento complicado del club y Marcelo aprovechó habernos sacado esa mochila pesada de volver a salir campeón. Y sin duda que vio que había un plantel que tenía hambre y muchas posibilidades de crecer. Después los métodos de entrenamiento pueden ser diferentes. Pero bueno, por algo Ramón ha ganado títulos, creo que en cuatro décadas distintas y que Marcelo también sigue sosteniendo. Después las formas, cada técnico tiene su librito, de todos los que tuve en mi carrera no te puedo nombrar a uno porque me ha tocado salir campeón con muchos y creo que lo que coincide es que el grupo creía en el que estaba enfrente.

-¿Entonces, no es verdad que Gallardo les “quemaba la cabeza”?

-No para nada. Todos los técnicos lo viven de esa manera. Es un apasionado, obsesionado a su manera, pero al contrario, te exigen para que mejores tus límites o los empujes. La verdad que trata de sacar lo mejor de cada uno porque eso lleva a que el equipo se eleve. Pero no sentí nunca eso con ningún entrenador.

-¿El estilo de River hace más difícil el trabajo de los defensores y el arquero?

-Es la forma de encarar los partidos. Jugamos así y es admirable verlo. Yo estaba en el arco y veía cómo Maidana y Funes Mori se paraban en mitad de cancha, con todo un terreno a sus espaldas por defender. Es al límite, pero valen la pena esos riesgos.

-¿Por qué pensas que te pusiste la camiseta y rendiste?

-Llegué preparado, con más de 300 partidos encima. Venía de tres, cuatro años, de jugar copas internacionales y campeonatos. Yo creo que hay dos formas de llegar a River; nacer en el club o llegar preparado, porque el salto es grande. Pero yo sin duda llegué con espalda, como llegó Gaby Mercado, como llegó (Leonel) Vangioni. Teníamos esa experiencia, que obviamente confluyó para que después nos fuera bien. El armado de ese plantel fue muy bueno.

-Tuviste muchas atajadas memorables en River, ¿cuál fue la más clave?

-El penal, sin dudas, la más importante de mi carrera. Gracias a Dios tuve muchas pero sé lo que esa atajada significó para mí y para el equipo ese momento.

-¿Que se te cruzó por la cabeza en esos segundos previos a que Gigliotti pateara?

-A penas cobran el penal me quería ir de la cancha porque había una ilusión muy grande. Esa tarde, me aferré a un comentario que una vez me hizo Lechuga Roa, que cuando jugaba en España sintió que hubo un partido que no le podían hacer goles y yo sentí lo mismo. Arrancó el partido y penal a los 20 segundos. Me aislé y traté de tener lucidez para lo que venía. Es un minuto que no te entra aire en el partido, la ansiedad, lo que perdíamos, en definitiva, con un gol de Boca en ese momento, el gol de visitante, otra serie que Boca podría eliminar a River. Todo eso se te viene en la cabeza, pero tuve la suerte o la preparación.

-¿Qué significó el gesto de la mano?

-Ni yo sé, lo habíamos estudiado y había salido bien. Después había que terminar el partido y después había que ganar una final y después había que ganar la Libertadores. No parábamos nunca. Al año siguiente salimos campeones de la Libertadores, llegué a las cuatro de la mañana a mi casa y a las 12 del mediodía salí con la valija otra vez. Sí tuviera que cambiar algo de esa época es eso, poder realmente relajarme, soltar y listo. Pero siempre fui demasiado responsable y enfocado en mi trabajo.

-¿Qué te dijo Gallardo esa noche?

-Cuando terminó el partido, me acuerdo que a Marcelo recién lo vi en la concentración como a las 12 de la noche. Él venía con el tema del fallecimiento de su mamá, que fue también un poco difícil todo. Nos dimos un abrazo en el comedor, fue en silencio pero nos dijimos todo en definitiva.

-¿No te dijo algo como "Nos salvaste"?

-No, no nos salvamos por eso.

-Pero ese penal pudo cambiar todo...

-Sí, la verdad que sí, hoy no estaría acá.

Barovero y la noche del gas pimienta: "Podríamos hablar de atentado"
Hay momentos en una carrera que no se olvidan. Algunos por la gloria, otros por el dolor o la polémica. En el medio de una serie caliente de Copa Libertadores contra Boca, Barovero fue testigo de una de las noches más calientes que vivió el fútbol argentino. No hubo goles ni festejos pero sí un episodio del que se sigue hablando por lo inédito de la situación.

-¿Tu peor momento en River fue la noche de gas pimienta?

-La noche de gas pimienta fue triste, de mucho vacío. Cuando entrás a la cancha, querés obviamente ganar y superar al rival. No tiene explicación; superaste una serie, pero podríamos haberlo hecho en la cancha. Estábamos preparados y el triunfo te eleva la confianza. Ese pase de ronda a nosotros nos pegó fuerte. De hecho, a la semana perdimos de local con Cruzeiro. Estábamos perdidos, saturados. No entendíamos qué había pasado. Jugué Nacional B, jugué Copa. Sé que podés llegar a una cancha y que te pueden romper los vidrios, que en el arco te pueden tirar un montón de cosas. Pero esa situación nadie la imaginó.

-¿A vos te afectó mucho?

-No, al salir como capitán salí primero de la manga. Estaba esperando y en ese momento estábamos con Maidana y (Emanuel) Mammana, y empezamos a escuchar los gritos.

-¿Cómo fue ese vestuario?

-Todo caos, no entendés nada porque es algo que está fuera de lo que se vivió o de otras experiencias, de momentos raros en el fútbol. Después sabés qué fue o qué te tiraron, pero en el momento no sabés qué se le ocurrió preparar al hincha. Podríamos hablar de atentado tranquilamente. No tenés noción, estás en una manga oscura, escuchás gritos. No sabés de qué son esas manchas. Fue muy triste y estás conmocionado. En el vestuario era todo incertidumbre, dudas. No te entra en la cabeza lo que se le ocurrió hacer a ese hincha.

-¿Sintieron la solidaridad de los jugadores de Boca?

-También para ellos fue una situación caótica, rarísima. Es difícil actuar, es difícil el entorno en Argentina. cómo te trata la gente, el periodismo, cómo te apunta, se entienden muchas situaciones. No creo que hayan querido actuar de mala manera. Solamente que todos sabemos lo que significaba futbolísticamente esa serie y es normal que cada uno, en definitiva, trate de estar bajo la línea de conducción de su equipo.

-¿Te pareció justo que se diera por ganado el partido?

-Sí, totalmente porque es la única manera de ordenar las cosas. Acá hay que entender que el público no tiene derecho a todo y que cada uno tiene que hacerse responsable de su parte. Creo que es la mejor manera.

"En México, viví los seis años más lindos familiarmente"
Lejos del ruido mediático y de las luces del fútbol argentino, Marcelo Barovero encontró, en el lugar menos esperado, vivencias profundas, crecimiento y una calma que no siempre ofrece un gigante como River. En tierras extranjeras, rodeado de otra cultura, ritmo y desafíos, logró construir algo distinto e inolvidable. El tiempo, la distancia y la experiencia fueron moldeando nuevas búsquedas. Hoy, de vuelta en el país, abrió su propia Academia de arqueros en Pilar. Un espacio pensado para acompañar procesos y mantenerse cerca de la pelota, aunque ya no ataje cada domingo.

-Te vas de River en un gran momento…

-Para seguir teniendo equilibrio entre lo deportivo, profesional y con la familia.

-¿Sentías un desequilibrio?

-Sentía que podía perder en alguno de los dos lados. Y creo que como padre de familia tengo que ser responsable y como jugador y arquero de un equipo tan grande también. No le puedo fallar a la gente principalmente y consideré que hasta ahí era mi mejor versión. Lo decidí un año antes, fue antes de salir campeón de la Libertadores. Ya lo había anunciado, se lo había comunicado a los dirigentes y al técnico. El fútbol y la vida, a mi forma de ver, van por caminos diferentes. Y no es que salí campeón y me fui, sino ya lo sabía, lo tenía claro.

-¿Tu familia te lo pidió?

-Con mi señora buscamos la mejor forma de seguir, pero fue más un pensamiento mío, porque yo soy el que sentía y el que debía estar a la altura.

-Se dijo que no aguantabas la presión y que te costaba el día a día…

-No, la presión es la misma en todos lados. Para el entorno obviamente que no, pero ya hacía 12 años que jugaba de manera profesional en Argentina. Al que menos altera creo que es al jugador, después afecta a la familia, los amigos. No es fácil de manejar, tratamos de tomar la mejor decisión. Obviamente que no fue fácil, pero no estoy arrepentido porque en definitiva uno quiere estar tranquilo y combinar lo que es la vida familiar con la profesional.

-¿Te hubiese gustado volver en algún momento?

-Podría haber sido como no, pero en cierta manera tampoco quería ser egoísta, plantear mis ganas de volver e imponerlo. No me parecía justo. No se dio.

-¿En qué momento de tu vida estás?

-Saliendo de una transición de lo que es dejar de jugar y ser profesional. De un día para el otro se te corta una parte grande de tu vida y fueron meses donde uno valora que empieza un nuevo camino, que tenés la posibilidad como ser humano de arrancar siendo joven otra parte de tu vida. También con la tranquilidad de haber jugado hasta que tuve ganas de hacerlo, más de lo que yo imaginé.

¿Te costó?

-Sí, cuesta. No porque qusiera seguir jugando o extrañara los domingos, para nada. Sí lo otro, el día a día. Estar activo o arrancar la semana, y normalmente teníamos un objetivo que viajás o tal partido. Todo muy estructurado y después no lo tenés más. Pero en ese momento es cuando realmente iba al cuadernito y miraba lo que anhelaba o lo que escribí cuando estaba jugando en mi etapa final.

-¿Qué escribías en ese cuadernito?

-Escribí de todo, fue un regalo de mi señora que me dijo; ‘escribí todo lo que quieras ahí’ y tengo desde entrenamientos de arquero, proyectos, de todo lo que quería hacer cuando me retirara. Cada vez que me agarraba un poco o me perdía, volvía a esas páginas.

-¿Te gustaría formar parte de un cuerpo técnico?

-Por ahora no. Pero sí he hecho la carrera de entrenador y no digo que nunca lo haría. Por eso veré si en un par de años me vuelven las ganas de estar en la competencia pura.

-¿Cómo entrenador de arqueros o dirigiendo solo?

-No sé, no lo tengo claro, veremos.

-¿Cuál fue tu día más feliz dentro de una cancha?

-El día que debuté. Despuésn todo lo demás, soy bastante de pensar mucho las cosas, de llegar con un razonamiento. No soy fanático, ni me desbordan las emociones, así que ese es el día que más recuerdo. Todo lo demás siempre había un motivo para no desbordarse. Lo que más me cuestionan a veces es por qué no festejé el penal.

Fuente: Clarín

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