Chatarra urbana: el creciente abandono de autos que revela la desidia del Ejecutivo Municipal

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Desde hace varios meses atrás, CASTELLANOS viene siguiendo el estado de abandono de gran parte de la vía pública, mostrando las distintas aristas que componen esta problemática. En esta oportunidad, nos detuvimos sobre el constante y creciente numero de autos abandonados en distintas calles de la ciudad, componiendo un problema que crece día a día.
 
 

Desde hace varios meses, el paisaje urbano de los distintos barrios se vió invadido de un creciente número de autos abandonados, a lo largo y ancho de distintas arterias de la ciudad. Es frecuente encontrarse con estos restos de vehículos en las puertas de casas de vecinos, frente a espacios verdes e incluso, en espacios públicos de distinta índole. No existe discriminación de zonas o sectores específicos; sino que por el contrario, es un problema que involucra distintos barrios y que no para de crecer con el correr de las semanas. Estos restos de vehículos, se acumulan como testigos mudos de un paisaje urbano transformado; donde la falta de control y saneamiento por parte del Ejecutivo Municipal sólo agrava un problema que ya genera molestias, riesgos y una constante sensación de dejadez. Mientras tanto el Municipio, lejos de ofrecer respuestas sistemáticas, parece haber naturalizado su presencia.

En este marco nos preguntamos ¿Qué está diciendo esta acumulación de chatarra sobre el modo en que se gestiona el espacio público en la ciudad?

Chatarra urbana y ausencia estatal
En su obra «Basura: usos culturales de los desechos» (2021), la investigadora Natalia Orbea plantea que lo residual es aquello que perdió su función original, pero sigue presente como una interrupción en el flujo de lo útil; es decir, lo que el sistema no recicla ni descarta del todo, sino que deja a la intemperie de lo social. Así se presentan estos vehículos abandonados, que no son sólo autos sino que son restos, objetos residuales que el sistema ya no quiere integrar. Según la autora, estos objetos (lejos de tener una presencia neutra), representan una forma de residuo urbano que interpela al Estado por su inacción, y en este caso, da cuenta de un Ejecutivo Municipal que ha cedido terreno (literal y simbólicamente) dejando que estos restos se acumulen en la vía pública sin política, criterio ni voluntad de orden.

En este marco, los autos abandonados funcionan como un síntoma visible de un paisaje urbano que se deteriora y se descompone día a día. En artículos anteriores hemos dado cuenta de estos síntomas de deterioro en lo que refiere a: la pérdida de eficacia en la gestión de residuos; la falta de mantenimiento de los espacios verdes; la ausencia de criterio en el arbolado de los predios; entre otros problemas. De alguna forma, son todas caras de la misma moneda: la degradación del espacio urbano de la ciudad por la falta de gestión del Municipio. Como sostiene Orbea, los desechos son también discursos que dicen lo que no se quiere reconocer: el vacío de acción estatal, la continuidad de una negligencia prolongada y la persistencia de una política ausente.

En el plano de lo que estos escenarios urbanos representan, el Municipio no sólo permite que estos vehículos residuales persistan sino que a su vez, los legitima con su indiferencia. Lo que se pone en juego en ese caso, es algo que excede al simple orden de las calles: es el sentido mismo del espacio público. En este sentido, la acumulación de estos objetos no se reduce a una anécdota o descuido; sino que por el contrario, es una forma de renuncia; una señal de que la relación entre gestión municipal y territorio, se sigue resquebrajando paulatinamente.

Cuando la indiferencia también es una forma de gobernar
En última instancia, no se trata sólo de remover los autos abandonados, sino de remover inercias. Estos escenarios nos deben habilitar a preguntarnos qué ciudad estamos construyendo cuando naturalizamos la persistencia de lo inservible; cuando convivimos sin sobresalto con lo que quedó afuera del sistema, con el abandono. Como bien advirtió Orbea en sus planteos, los objetos residuales no sólo contaminan el paisaje físico sino que también, erosionan el paisaje simbólico porque nos acostumbran a convivir con lo que debería haberse resuelto, a tolerar la falta como norma. Situaciones como estas representan el abandono del cuidado, del espacio común, de la responsabilidad compartida sobre lo que nos rodea. Su presencia no se limita a ocupar un lugar en la calle, ocupa un lugar en nuestra propia manera de mirar. Por todo ello, la falta de acción del Municipio sobre estos temas hiere más que el errumbre porque no sólo es omisión; es una forma de decirnos (sin palabras), que resignarse también es una política.

FUENTE: DIARIO CASTELLANOS

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