

Una vez más, la ciudad de Rafaela recibe su tan ansiado Festival de Teatro anual, un evento que en el pasado solía ser motivo de orgullo y un verdadero punto de encuentro cultural para la comunidad. Sin embargo, es con profunda preocupación que este año volvemos a presenciar cómo este evento, en lugar de florecer y brillar, se deslustra cada vez más por la opulencia de sus gastos y la falta de enfoque en lo esencial.
Uno de los principales problemas que aqueja al Festival de Teatro Rafaela es su innegable derroche económico. Año tras año, se destinan exageradas sumas de dinero a un evento que, si bien en sus orígenes tenía la misión de fomentar la cultura y el arte en la comunidad, se ha convertido en un ejemplo de excesos financieros. El dinero público debería ser empleado con responsabilidad y transparencia, garantizando su uso eficiente y efectivo en beneficio del bienestar ciudadano en general. Lastimosamente, parece que la administración del festival ha perdido de vista este principio, lo que ha llevado a la asignación de recursos desproporcionados para satisfacer intereses particulares y caprichos, en lugar de velar por el verdadero propósito cultural del evento.
Otro aspecto inquietante es la cuestionable distribución de viáticos para la prensa capitalina. Si bien es cierto que la cobertura mediática es esencial para la difusión del evento, no se justifica el derroche indiscriminado de fondos para que periodistas de la capital y otras regiones asistan a cubrir el festival. ¿Qué beneficios reales obtiene la ciudad de Rafaela al costear lujosos gastos de viaje y alojamiento para la prensa foránea? Esto solo parece un derroche innecesario y una forma de despilfarrar recursos que podrían destinarse a otras necesidades más urgentes en la ciudad.